“Patagonia en Rojo: regreso a una mirada anterior” es el nombre de mi primera Exposición Fotográfica” Son fotos del otoño en la patagonia. Arboles como las lengas y ñirres mudan del verde al rojo encendido. Patagonia en Rojo forma parte de una trilogía junto a “Carretera Verde” y “Patagonia Blanca” “Patagonia en Rojo: regreso a una mirada anterior” es una interpelación a integrarnos con respeto a la naturaleza. Es un llamado a recuperar esa mirada anterior que tuvimos como comunidad y que aún permanece en la semilla de nuestra rebeldía clandestina.
“Todos vimos alguna vez el mundo con esa mirada anterior pero hemos perdido el secreto” dijo el poeta Octavio Paz. Esa mirada anterior nos permitió respetar las aguas de ríos, lagos y cascadas, sentir el vuelo de aves, admirar la fuerza de bosques solitarios y recibir el viento que baja de las montañas tutelares. “Patagonia en Rojo: regreso a una mirada anterior”, es una estrella ardiendo que ilumina los caminos del futuro.
Rodrigo De Los Reyes Recabarren
Fotógrafo
"...Cada seis ceremonias la tierra se estremecía con la lluvia de meteoritos que iluminaban las praderas...”
Muy lentamente se fue durmiendo mientras soñaba que un día de Marzo llegaba en un antiguo avión a un lugar que se conocía como Aysén Reserva de Vida. Un lugar único del planeta dónde el huemul pastaba libre y el puma recorría enmarañados bosques de canelos y rojos ñirres buscando liebres. El agua brotaba caudalosa de la roca y las montañas nevadas se recortaban contra el azul profundo del cielo...y por allá cerca de los ríos Baker y Pascua una represa negra, muy negra, lentamente comenzaba a emerger.
PENINSULA LEVICAN I
El ruido del motor de la moto cortaba el silencio de aquella tarde, provinciana y bucólica. A mi paso patos, gansos y pavos se cruzaban alborotados levantando una pequeña nube de tierra y de plumas sueltas. El Lago General Carrera, a los pies del pueblo, era un gran espejo donde se reflejaban el cielo azul y las nubes con formas de algodón. Descendiendo de la cuesta, por la que se llegaba al poblado, una gran cortina de álamos de hojas doradas servía de portal de bienvenida. Península Levican, esa tarde, era un pequeño sol de otoño en medio del lago y montañas.
PENINSULA LEVICAN II
Decidí partir al sur de la Región en busca de las mejores fotos en otoño, época en que la Patagonia se viste de Rojo. Esas fotos de ñirres encendidos, rojos como un incendio de invierno, y álamos extranjeros hinchados por el oro de sus hojas. También buscaba el coigue de hojas perenne y el brillo de las aguas de los lagos. Días antes de partir había tenido un sueño. Los dioses me eran favorables y debía realizar una travesía por esta bella Patagonia. Dormida patagonia como una bella en el bosque. Por alguna razón elegí como destino Península Levican.
LAGUNA QUETRO: FRAGMENTOS DE DIARIO DE VIAJE
Vengo regresando de Villa O’Higgins, cruzando un cordón montañoso, poniendo atención por si logro fotografiar huemules, que, según dicen los viajeros frecuentes de estos remotos lugares, estos ciervos australes suelen pastar en unas bardas de piedra a las riveras del camino. La moto ronronea suave, así que mi preocupación no es el ruido que fuera a alertarlos, sino que es no desviarme del camino por la pesada mochila y los bidones de bencina que llevo en la parte posterior de la moto. El peso de la mochila me lesionó un hombro y la calamina de algunos tramos de la carretera terminó por repercutir en la muñeca derecha. Sin embargo, estas dolencias se reducen al mínimo frente a la sensación de libertad que experimento al cruzar aquellas montañas, rozando las nubes, y respirar uno de los aires más puros del planeta. Sin duda que no estoy atravesando el Tibet ni emulando a Heinrich Harret, aquel austriaco amigo del Dalai Lama, y cuya experiencia en el “techo del mundo” sirvió para inspirar la película “7 años en el Tibet”.
La tarde de Febrero, calurosa como muchos no creerán que puedan existir tardes tan cálidas en Patagonia, prolonga las sombras de lengas y coigues en los inmensos farellones que se abren como una peligrosa garganta al costado de mis botas. Cualquier descuido puede significar terminar quinientos metros abajo en caída libre. Decidí bajar la velocidad y por tanto olvidarme de cruzar ése día el fiordo Mitchell en dirección a Puerto Yungay. Así que opté por desviarme en dirección a Ventisquero Montt, uno de los frentes de trabajo donde el CMT orada la roca para conectar esos lugares recónditos de nuestro país. A medida que me interno en ese camino en construcción –bastante transitable- y que me lleva al río Pascua, tuve la sensación que ingreso a una zona misteriosa, con olores y colores distintos a otros lugares de la Región. El sol comienza a descender y me apuro para buscar un lugar donde pernoctar. Es tanto el calor que me saco el casco y al cruzar un bosque de ñirres, ciruelillos, ulmos y canelos un golpe de esencias frescas, maderizadas, húmedas me integra a la esencia de la naturaleza. Llego a Laguna Quetro.
Como dije alguna vez: uno de los lugares más misteriosos e intensos del viaje. Levanté el campamento a orillas de la Laguna Quetro, que se regocijaba envuelta en una variedad infinita de verdes. Una vez levantada la carpa, cargo combustible en la fiel moto y repongo energías con una frugal merienda. Luego me senté a “escuchar como crece el pasto” A medida que la noche baja de las montañas y oscurece el color de las aguas se inició uno de los conciertos más hermosos que he escuchado: ranas y sapos opacaban los fagot, cornos y chelos de la orquesta más renombrada. De vez en cuando el viento traía el cuac cuac de los zorros culpeos, que se sumaban al concierto que muy pronto tuvo un público excepcional. Sobre los balcones de los cerros que rodean Laguna Quetro se asomaron millones de estrellas que perfilaban los árboles sobre la oscurana. La comunión con la naturaleza era perfecta.
El cansancio de 4 días de viaje y más de 700 kilómetros recorridos me decía que entrara a la carpa iglú y durmiera; pero la intensidad de la noche, el rumor de garzas, patos y martín pescador aleteando alertados por el huroncito patagónico o el gato colo colo, fue más fuerte. La grandeza divina pudo más. Me quedé dormido sobre el pasto arrullado por el croar de ranas y sapos. Ahora que he regresado de esos lugares mágicos y he retomado una vida “citadina” comparto con ustedes el recuerdo del color de las nubes y árboles, el canto de las aves, el olor de cipreses, canelos y ulmos y la paz de las aguas de Laguna Quetro. Es un himno que nos invita a entregarnos a una vida más sencilla y solidaria. Hoy y no mañana, planta un árbol o con tus manos generosas deposita una semilla en tierra fértil. Tus hijos te lo agradecerán.
1 comentario:
Hola Rodrigo , que majestuoso se ve.
Todas tus fotos son muy hermosas.
Saludos
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